sábado, 17 de diciembre de 2011

Chumi cumplió el martes quince años que no aparenta, tan chiquito, menudo y desnutrido


una crónica


La fiesta de Chumi fue en la plazoleta de general Flores y Larrañaga, con chicles, milanesas al pan, colet y rodeado de amigos, porque la calle brinda grandes lealtades.
La gente da plata hasta las dos o tres de la tarde; así que fue después, con la Pelada, William, Carla, Cristian, Seba, Jorge y alguno más que la primavera suave del martes se llevó de ese poco de pasto a los pies del broncíneo Luis Alberto de Herrera caminando a paso firme hacia el futuro, donde ellos encuentran algo de presente.
Es muy buena plaza, es como un hogar, dicen. Y el monumento es bueno porque tiene una cornisa ancha y ahí abajo se pueden abrigar del sereno. En esa plaza festejaron el cumpleaños, tranquilos en su mundo mientras el mundo los ignoraba, como siempre, y luego se quedaron charlando en el pasto. Lo único que Chumi cuida es su campera de jean forrada de corderito, buena para el invierno y para las madrugadas, con paquetes de tarjetas que trata de colocar en los ómnibus.
Él llama calendario a unas con leyendas amables que no lee y dibujos de caricatura que se supone tiernos, en los que no cree. Tal vez su tiempo se mida así, por esas tarjetas, así que bien pueden ser calendarios. Chumi “es el niño más prolijo de todos”, dice la Pelada, que tiene un hijo propio de dos años y sabe. Por eso lo dejan entrar a pedir a los restaurantes y hasta sentarse a comer si alguien lo invita, porque esas cosas pasan. Ellos se llaman a sí mismos “chicos de la calle”, no botijas ni niños. Ellos mienten por divertirse, por modificar la realidad aunque sea así, y porque el otro es el enemigo. Pero en verdad son incapaces de imaginar otro mundo que el que tienen, así que da lo mismo.
La madre de Chumi lo va a visitar a la plaza. “Todos los días”, dice él; “cada tanto”, contradicen los amigos. ¿Hay diferencia? Ese día del cumpleaños, la madre no vino con los hermanitos más chicos, para estar con Chumi y que él les compre colet a todos. Sin embargo, dice que fue un buen día de cumpleaños. No se lo llevó la Policía, no le pegó nadie (aunque hay que lograr pegarle a Chumi) y no vino el Inau a jorobar y llevarlo al hogar de Garibaldi.
En los veinte minutos que Chumi recibió a la prensa en su plaza, pasó lo atroz, que es lo cotidiano. Se cayó uno del monumento y quedó tirado en el pasto con la mano sangrando bastante. Allí quedó un rato hasta que lo movieron; entonces vomitó. Se consideró llevarlo al hospital Filtro, pero la idea no prosperó porque entonces llegaron otros chicos de la calle inhalando pegamento, y éstos los corrieron, porque no querían que cayera la Policía.
Entonces contaron de un chico de la calle atropellado por un auto que siguió, de otros que se hacen la coladera en los camiones cuando están fumados y que un día les va a pasar algo, y que en esa plaza hay que saber bien qué parte del pasto no pincha.
Todo tiene la misma importancia. Fue un buen día. Compraron fichas para las maquinitas. Chumi le juega al pool por la ficha al que quiera. ¿Qué le gustaría ser en la vida a Chumi? “Trabajar. No sé en qué, pero trabajar”. ¿Y qué más? “Que den la mano. Que digan buen día. Que den unas monedas. Ponga eso”.

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