Mi otro yo


Autopsicobiografía

Mis detractores atribuyen a mis incapacidades literarias la profesión de periodista que ejerzo. En su encono, no perciben cuán cerca de la verdad impactan sus pullas. Ya muy temprano, mis padres supieron ver el mal en mis desaforadas propuestas vocacionales. Quería ser actor, bombero, científico y, para cuando fuera realmente grande, niño. Era aquel un fuego devastador e íntimo que me convulsionaba. “Una anomalía vital”, pronunció el primer médico que consultaron: recuerdo sus rostros escépticos mientras yo, reclinado en la camilla, auscultaba con su estetoscopio el perchero del consultorio. “Puede ser encantador, pero también temible”, concedió al ver la escena.
Pronto mi precocidad en la lectura y la escritura dejó de ser un orgullo familiar para instalarse como fuente de preocupación. Todas las opciones existenciales que yo enunciaba, desplegadas en un abanico desconcertante, encontraron su camino hacia mi torrente nervioso y se adueñaron de mi intelecto, de mi voluntad, de mis sentimientos y hasta de mi cuerpo. Mi madre sufría en silencio mientras yo me alejaba de lo terrenal, y mi padre me consideró pronto un caso perdido.
Yo simplemente escribía: de las hojas sueltas pasé rápidamente a cuadernos que me iban comprando con cada vez mayor frecuencia, y una vez que no llegaron a tiempo con la reposición, desarrollé un largo texto sobre un circo, hasta con ilustraciones, sobre el empapelado casi crema con suaves arabescos en dorado del living. “Eso pasa por haberlo llevado al circo”, dijo mi padre, en lo que fue el estertor de su instinto paternal. Cuando llamaron de la escuela, alarmados, sólo mi madre aceptó ir.
La recuerdo estoica en su vestido azul ante la alarma de mi maestra. Nada de lo que le dijera le resultaría novedoso. Ecuánime ante la desgracia, escuchó el relato casi tartamudeado de la experimentada docente ante esta situación inédita. Las varias hojas de mi composición “La vaca” se arrugaban en la tensión de su mano derecha, y el rictus de sus labios prenunciaba la enfermedad de la cual se me sigue responsabilizando. Eso se supo a través de trascendidos. Lamento, con todo, no conservar ese texto, sin duda conmovedor. Fui dado de baja en esa escuela, no diría que por ese incidente en particular, y allí comenzó mi peregrinaje por la incultura construida por el mosaico inarmónico de sucesivas escuelas que le daría sólida base a la profesión de periodista, que me esperaba con las fauces abiertas.
Fue, por cierto, la sucesión de instituciones educativas más que la ayuda de la ciencia lo que logró quebrar una y otra vez la arrolladora ola emocional hasta reducirla a suaves ondulaciones. No es que mi madre cejara en sus intentos por sustraerme de ese vórtice creativo. Los estudios sugirieron que la creatividad, en general, está relacionada con la insania y, como la demencia precoz, surge en mentes que carecen de la posibilidad de filtrar y redirigir el pensamiento directo. Ese proceso inhibitorio habilita el pensamiento creativo sin las limitaciones de lo ortodoxo y lo convencional, le informaron desde el Instituto Carolino, de Estocolmo; hasta allí llegó la consulta.
La cura, como tantas otras cosas, llegó con la edad; ya de púber se me consideraba un bueno para nada  por lo que en mi casa se esperó con ansia que me llegara la edad para ser cadete en la redacción de un diario. La aparente libertad de los adultos allí esclavizados, la disipación con que encubrían su frustración y la maravilla de ser voyeur de la realidad me atraparon. Y fueron mis tutoras unas fuertes restricciones intelectuales, al anular toda potencia cognoscitiva real sustituyéndola por la superficialidad irremediable del periodismo. Nada de escribir en primera persona, nada de incluir en el texto mi percepción de aquello de lo que tenía que informar. Nada, en fin, que se saliera de lo previsible de la agenda noticiosa. Esto sí que es vida.

1 comentario:

  1. Estimado Sr. Andrés Alsina. He leído su presentación "Nacido para molestar. Mi otro yo, su -autopsicobiografía", que finaliza con la "superficialidad irremediable del periodismo", al parecer en la tutoría de esa carrera. Le felicito por seguir sus instintos y dejar de ser indiferente sobre sus investigaciones y percepciones descritas en su libro "El Silencio. Violencia Doméstica. Un caso". Por su valentía en manifestar - denunciar al hacerlos públicos - los sufrimientos de personas involucradas en el caso, tanto de la madre del niño, como de éste mismo y las fallas de los sistemas de apoyo y judiciales, que deberían funciononar de otra manera. Su libro sigue teniendo impactos positivos, para motivar seguir luchando, intentando mejorar todo lo que está funcionando mal. Su libro contribuye a ello. Muchas gracias por su formación y por ser como es. Sus denuncias sin duda, en algunas personas deben de producir molestias. En ese sentido comparto el "nacido para molestar". Quizás Ud nació para manifestar verdades que molestan. De mi parte también sigo intentando trabajar sobre el fenómeno del silencio. Saludos cordiales, Dra. Rosa Zarina Loureiro Malán. rzlm.mujeresdenegro@gmail.com

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