Ahora, con
los Oscars, nos llegará nuevamente la leyenda de cómo los servicios de
inteligencia británicos detectaron y capturaron al espía soviético que se había
infiltrado hasta su misma cúpula. Una vez más, prevalecerá la ficción sobre la
realidad de los hechos, simplemente porque está mejor contada y es mucho más
difundida. Es interesante que lo que se pierde en la realidad pueda ser ganado
en la ficción, y ésta incida tanto sobre el imaginario de la gente que la
ficción termine siendo historia y la historia una referencia que se difumina.
La película
es Tinker, Taylor, Soldier, Spy y posiblemente sea estrenada por estos lares
con el título que tiene el libro original de John Le Carré: El Topo. Esta nueva
versión la protagoniza Gary Oldman (1958), que obtiene con ella su primera
nominación al Oscar como mejor actor pese a una larga e intensa carrera.
Posiblemente Oldman no se lleve el Oscar pero algo es algo. Las otras
nominaciones de Tinker… son a la mejor adaptación y mejor banda musical. Eso es
lo que importa: el boato de las nominaciones. El personaje que hace Oldman,
George Smiley, es más famoso que el actor: está en ocho novelas de Le Carré
desde su primera de 1961, Llamada para el muerto. Este ficticio agente de la
inteligencia exterior británica tiene su propia entrada en varias enciclopedias,
se fija su nacimiento en 1908 o en 1915 “según la cronología revisada”, dice
Wikipedia, habría sido reclutado en 1928 y en 1945 se casa con una bella,
aristocrática y libidinosa secretaria del servicio de inteligencia, Lady Ann
Sercombe, “la última ilusión de un hombre sin ilusiones”, dijo la la contracara
soviética de Smiley, Karla. “Así que para él el amor es una ilusión”,
comentaría Smiley.
Es la ficción hecha realidad para ganar
la guerra perdida. En Tinker…, la conspiración del infiltrado desplaza a Smiley
del servicio (bautizado The Circus porque
todo tiene motete en ese mundo, reflejando la ironía británica y su resignada
aceptación de la decadencia del imperio),
y llamado nuevamente para detectarlo en una investigación oficial pero exterior al propio servicio. Esta
séptima novela suya, de 1974, fue motivo en 1979 de una excelente serie
televisiva para la BBC con sir Alec Guinness como Smiley, que ahora tiene una
nueva versión con la película y me temo que, en comparación, el papel le haya
quedado grande a Gary Oldman. En 1982, Guinness vuelve a ser Smiley basándose
en la novela de Le Carré ‘Smiley’s People’ de tres años antes, esta vez para
destruir al propio Karla a partir de que sabe que para él el amor es una
ilusión. Todo es posible en la ficción, y si no es posible, se ignora: es así
que Hollywood, que tanto nos ofreció, no haya parido película alguna en la que
los estadounidenses realmente perdieran la guerra de Vietnam, un trauma aun
vigente para ellos 37 años después de su derrota.
Las tramas
se basan, con versiones en las antípodas de los hechos, en la infiltración de
la inteligencia británica por integrantes de la elite británica reclutados por
la URSS en su época universitaria, el grupo llamado The Cambridge Five. Como la
verdad es un poliedro y nunca se termina de saber en estos menesteres, parece
que eran seis y no cinco, y sólo parece que Kim Philby (1912-88) era el más
importante. En todo caso, es el que llegó efectivamente a la dirección del MI6
y motivo de las novelas en cuestión. No sólo eso: en setiembre de 1949 fue
representante del MI6 en Washington y enlace con la CIA. La inteligencia
británica venía muy golpeada por los alemanes en hechos previos a la segunda
guerra mundial y no supo lidiar con las luces amarillas y rojas. Entre ellas,
en 1938 el desertor de Moscú Walter Krivitsky señaló la existencia de tres
infiltraciones, y una de las pistas hubiera conducido a Philby. En 1941, el
estadounidense James Angleton, luego jefe de la CIA, sospechó de él pero nada
se concretó y durante la misión de Philby almorzaba una vez por semana con él.
En 1951, dos integrantes del grupo de Cambridge huyeron a Moscú y en octubre de
1955, el canciller Harold Macmillan blanqueó de sospechas a Philby ante el
parlamento británico. El 28 de agosto pasado, 57 años después, BBC reveló que
los británicos no querían reconocer ante sus primos estadounidenses el tremendo
daño que significaba la verdad de un Philby de los soviéticos porque querían
ser parte del club nuclear, cosa que, según la versión anterior, lograron por
sus propios medios en 1952 y en 1958 firmaron el acuerdo de defensa mutua con
EEUU, lo que los apoyaría por ejemplo en su triunfo en Malvinas en 1982. Recién
en 1965 le retiraron el título de oficial de la Orden del Imperio Británico
(OBE) otorgado en 1945.
Para
ocultar a Philby, en 1956 los británicos lo desvincularon del servicio secreto
y lo enviaron a Ankara. En 1961, un nuevo desertor soviético, Anatoliy Golitsyn,
dio más elementos en contra de Philby y a fines de 1962 el oficial del MI6
Nicholas Elliot obtuvo una confesión verbal de Philby. Jamás llegaría a
firmarla: el 23 de enero de 1963 huyó a Moscú por una vía no precisada. Al
parecer, no lo recibieron con los brazos abiertos temiendo que volviera a huír.
Sus memorias, ‘Mi guerra silenciosa’ se publicó en Gran Bretaña en 1968 y en la
URSS recién en 1980, de cuando es también la reivindicación oficial de su figura. Desde Moscú, pidió que le enviaran,
entre otros, los libros de su antiguo compañero en el MI6 Le Carré, seudónimo
literario de David John Moore Cornwell.
La historia oficial es que Moore Cornwell dejó el MI6 en 1963, cuando su
tercera novela, El espía que volvió del frío, logró ser best seller, y luego
una buena película con Richard Burton. Es posible. No se difundió qué hacía en
el MI6 ni cuan eficaz era, pero pingües servicios le prestó al MI6 y a la
corona al transformar derrota en victoria con sólo su pluma.